El restaurante se aloja en un lateral del convento de San Francisco, en lo que antiguamente fuera el claustro del mismo y los pasillos superiores. La entrada se encuentra a menos de 10 metros de la entrada a las ruinas del convento y el acceso se realiza directamente al claustro. En dicho claustro se realizan bodas, comuniones, cenas y comidas de empresa y cualquier evento que requiera de mucho espacio. En la planta superior en lo que eran los corredores superiores en los que los franciscanos realizaban su vida cotidiana, se encuentra el restaurante.
Tras visitar la parte baja del claustro, llegamos hasta unas escaleras de piedra que dan acceso a un descansillo. Está decorado con alfombras, cuadros con retratos de personajes de la época en que fue elaborado y muebles de estilo renacentista Otro tramo de escaleras te lleva a una puerta de cristal que da acceso al restaurante. Nada más entrar, nos sentaron en la primera mesa del salón, una mesa redonda de madera con sillas también de madera y respaldo y apoyabrazos de piel. El restaurante estaba vacío aunque ya eran las 14:30h. La decoración muy cuidada, con muebles y cuadros del siglo XVI.
Mientras hojeamos la carta, pedimos para beber una cerveza (1,80€) y agua (1l 2€). La carta incluye tanto entrantes, como primeros fríos y calientes, para luego pasar a los platos principales y terminar con los postres, que según indica la carta son caseros.
Los entrantes, muy originales, incluyen opciones como el salmorejo con sardinas y pan tostado, tarrina de foei con manzana, queso de cabra y membrillo caramelizado, manitas de cordero son su salsa de boletus o un croqueton de carabineros.
En cuanto a los primeros fríos, destacan los embutidos de la zona: quesos de la sierra, jamón, lomo y las ensaladas.. y en cuanto a primeros calientes, los huevos de corral a baja temperatura con chorizo asturiano y pimientos del piquillo, los chipirones rellenos con flores blancas, y las mollejas de cordero con salsa de frutos rojos.
Como platos principales, tienen algunos pescados como la milhojas de salmón con berenjena y el bacalao, pero la mayoría son carnes: triangulo de pollo de corral, tournedor de solomillo de choto con patatas tres salsas, cabrito asado con salsa de grosellas y lomo de buey a la piedra con reducción de Pedro Ximenez.
Nos extraño un poco, pero en la carta no había vinos, ni tampoco nos enseñaron una carta aparte.
Pedimos un cocktel de salmorejo (3,5€), huevos de corral a baja temperatura con chorizo asturiano y pimientos del piquillo (8,5€), ambas cosas para compartir. Y de segundo el triángulo de pollo de corral (11,5€) y el tournedor de solomillo de choto (12,5€).
Mientras esperábamos, nos trajeron un aperitivo, cosa que siempre se agradece y el pan. El aperitivo eran dos latas de conservas, que contenían un pimiento relleno de bechamel y merluza, que nos gusto mucho. Y con el pan, no pudimos resistirnos y probamos el aceite virgen extra de la Sierra de Canena, con un ligero amargor agradable y con mucho sabor.
Primero nos trajeron el salmorejo, en una copa de cocktel y adornado con un trozo de pan tostado y dos trozos de lomo de sardina. Nos gustó mucho, una receta sencilla a base de ajo, aceite, tomate y huevo duro, pero que no en todos los sitios llegan a hacer bien. También hay que tener en cuenta que los ingredientes de buena calidad como en este caso el aceite de oliva, ayudan bastante.
A continuación llegaron los huevos. Un plato hondo grande, con los huevos de corral a baja temperatura, dos trozos de chorizo asturiano, lascas de parmesano y trozos de jamón ibérico. La combinación de sabores nos gustó, y los huevos a baja temperatura crean un revuelto muy suave, que marida muy bien con el resto de ingredientes
Cuando terminamos, llegaron los segundos. El triangulo de pollo consta de tiras de pechuga con piel, una salsa suave de setas y decorado con puerro frito. El pollo muy jugoso, quizá un poco seco a pesar de la salsa, por ser la parte de la pechuga. Muy bien presentado, con forma de triángulo.
En cuanto al tourne de solomillo de cebón, lo presentan cortado en tres trozos colocados de pie, y decorado con trozos de puerro frito por encima. Al lado las patatas cocidas y aparte un recipiente con tres compartimentos para las salsas. El solomillo estaba exquisito. En su punto de sal, en su punto de asado a la lumbre y una carne blanda, que casi se deshace sin masticar. Las patatas cocidas en cambio se quedan enseguida secas y duras, y las salsas tampoco del otro mundo, probablemente no fueran ni caseras. Una de mostaza, otra mayonesa sin más y la otra, salsa barbacoa. En cuanto a presentación, muy bien, con un chorro de crema de módena.
Nos quedamos con ganas de probar los postres, pero para ese momento ya teníamos la sensación de haber comido demasiado, sobre todo teniendo en cuenta que nos quedaba un viaje de 3 horas a Madrid. Pedimos la cuenta, que te la traen impresa en un papel como de pergamino antiguo muy bonito, y pagamos 41,80€.
Como resumen, un sitio muy bonito para ir a comer, con una comida bien elaborada y con buenas materias primas. Estábamos solos en el salón, por lo que muy tranquilo, y podemos decir que con buena relación calidad-precio. Quizá cuando esté lleno sea algo ruidoso por que la zona de restaurante está en los pasillos superiores del claustro y son estrechos.
Como parte negativa, y por destacar algo, resulta raro que un restaurante con un entorno tan cuidado y una comida tan buena, no ofrezca una carta de vinos sin que haga falta pedirla.
Fantástica idea y fantástica simbiosis.
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